Muchas
veces se ha hablado del ferrocarril como de una auténtica
fiebre industrial: la fiebre del ferrocarril. Desde sus inicios en
la década de 1820 en Inglaterra, donde pequeñas locomotoras
fueron utilizadas como atracciones de feria, o la mítica
"Rocket" de George Stephenson, de 1828, que abrió
las primeras líneas al servicio público, pasando por
la época de los grandes trenes intercontinentales, el
ferrocarril dio nombre a una era.
En
esa fiebre se inauguró el primer tren español, la línea
Barcelona - Mataró, en 1848, que podemos ver en la imagen
superior. O se unieron ambas costas
norteamericanas, Este y Oeste, en 1868.
El
ferrocarril y la construcción industrial y civil provocaron una
demanda creciente de acero. La
industria siderúrgica experimentó así una expansión que para
muchos es el más industrial de los ciclos de negocio del XIX.
En
Europa, las cuencas carboníferas son testigos de un desarrollo
siderúrgico velocísimo. En España,
destacan Asturias y Vizcaya. Los
avances tecnológicos de Chenot, Bessemer, Siemens-Martin y Thomas
permitieron un acero de mayor calidad y menor precio.
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